Palabras del profeta Jeremías sobre el mismo argumento, y como tienen que ser entendidas – Libro de la Obras Divinas de Santa Hidelgarda de Bingen

el

XLVII “Yo soy el Señor, el que escruta la mente, y examina el corazón. Y doy a cada
cual según su conducta, según el fruto de sus acciones”. (Jr 17,10). Esto se interpreta
así: Los que quieren a Dios no se dejan arrastrar por falsos pretextos para querer a otros
que no sea él, ni quieren hablar sobre la concupiscencia de la carne a hurtadillas con
otros. Sin embargo el hombre muchas veces hace lo que quiere, como Adán, que quiso
ver de qué era capaz. Pero el hombre no puede servir al mismo tiempo a Dios y al
diablo, ya que el diablo odia lo que Dios quiere, y Dios desprecia lo que el diablo
quiere. Lo mismo ocurre dentro del hombre, porque la carne se deleita en los pecados y
el alma está sedienta de justicia, y entre las dos hay una gran batalla, porque una parte
se opone a la otra. Así, la obra que el hombre inicia de este modo, se realiza con gran
esfuerzo, como cuando un siervo se ve obligado a servir a su señor, ya que cuando la
carne se hace servir del alma incurre en el pecado, mientras que cuando el alma somete
la carne, obra el bien junto a ella. En efecto, cuando el hombre avanza rápido
favoreciendo los deseos del alma, se niega a sí mismo por amor de Dios y se hace
extraño a la concupiscencia de la carne. Así hacen los justos y los santos y también lo
hizo Abel, que dirigió la mirada a Dios. Cuando su sangre fue derramada toda la tierra
tembló. Por esto la tierra fue llamada viuda, porque fue privada de la perfección de la
santidad a causa del homicidio de Caín, como la mujer, privada del consuelo del
marido, queda viuda y abandonada.
Y Yo, Señor de todo, escudriño los corazones contritos que desprecian los pecados, y
sondeo las entrañas que se abstienen del placer de la concupiscencia. Yo, que retribuyo
al hombre según la fatiga de su camino, según los frutos que produce y según sus
pensamientos, porque todos los frutos del hombre los tengo escritos, delante de Mí.
Justo es el hombre que renuncia a su voluntad y a la concupiscencia. En cambio no se
podrá definir como justo quien dirige la voluntad exclusivamente a la concupiscencia.
Sin embargo, si se ha convertido al bien, sus cicatrices serán lavadas en la sangre del
Cordero, y el ejército celestial, al ver las cicatrices curadas, entonará admirado la
alabanza a Dios. Todo hombre que tema y aprecie a Dios, que abra la devoción de su corazón a estas palabras, y sepa que ellas han sido proferidas por la salud de los cuerpos
y las almas de los hombres, no por un ser humano, sino por Mí, el que soy.

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